Reflexiones para el desarrollo
Circularidad: el nuevo contrato productivo
La economía circular, por más de una década planteada como una alternativa, hoy es una exigencia. En Uruguay, este paradigma intenta pasar de la aspiración a la acción, aunque aún de forma desigual. Como presidente de la Agencia Nacional de Desarrollo (ANDE), celebro que la 8.ª edición de Oportunidades Circulares reafirme nuestra apuesta por avanzar —con audacia e inteligencia— en ese sendero transformador, y con la convicción de que nadie se salva solo: el diálogo con el Ministerio de Industria, Energía y Minería, el Ministerio de Ambiente y el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca refuerza este compromiso compartido.
Sin embargo, resulta indispensable mirar con honestidad los límites de los esfuerzos existentes. Manuel Albaladejo, representante de la ONUDI para Uruguay y la región, ha advertido con lucidez que centrar el concepto de economía circular en el reciclaje y la gestión de residuos es quedarse en la punta del iceberg. La verdadera transición requiere intervenir desde el diseño y los procesos productivos, para prevenir los residuos antes que corregirlos . Esa crítica señala dos carencias que aún enfrentamos: por un lado, no hemos desplegado suficiente capacidad de experimentación y validación local —la aceleración de emprendimientos y los proyectos demostrativos deben ganar escala—; y, por otro, no hemos tejido lo suficiente las cadenas de valor circulares, aquellas que transforman residuos en insumos económicos alargando la vida útil de los materiales en territorios concretos.
Las cifras globales no alivian la urgencia: el último Circularity Gap Report sitúa en apenas 6,9 % la proporción de materiales reciclados en la economía mundial, cifra que ha caído sostenidamente. Esto confirma que el reciclaje es insuficiente sin políticas estructurales, marcos normativos y mecanismos de financiamiento adaptados. También enfatiza la necesidad de articular estrategias entre comercio internacional, políticas industriales y agenda ambiental —algo que queda claro en la literatura especializada sobre la circularidad integrada al comercio y la industria 4.0 .
Uruguay, por fortuna, tiene activos estratégicos: la Estrategia Nacional de Economía Circular lanzada en 2024 por los tres ministerios ya mencionados; la experiencia acumulada con proyectos como Biovalor, apoyado por ONUDI; y la experiencia política del programa PAGE, que ha sido decisivo para incorporar la circularidad en nuestra agenda productiva. Son condiciones reales para avanzar, si además logramos fundar un modelo público que no llegue cerrado, sino que escuche el pulso del emprendimiento, del sector privado y de las redes territoriales.
Por eso, desde ANDE creemos que el verdadero éxito no radica sólo en tener un programa atractivo, sino en apostar por fortalecer las cadenas de valor circulares: generar vínculos entre actores, reinventar fuentes de insumos locales, reciclar con propósito y reducir residuos desde su origen. Y detrás de esas cadenas circulares hay innovación, empleo verde, soberanía productiva y cohesión territorial.
La economía circular no debe ser una promesa abstracta, sino una práctica cotidiana que transforme la forma en que diseñamos, producimos, consumimos y nos relacionamos. No es una versión acabada de lo que la política pública debe hacer, pero sí una hoja de ruta colectiva que exige esfuerzo, ajuste y construcción. Tenemos la capacidad. Lo que falta es mantener viva esa mirada crítica, creativa y colaborativa que nos lleve del modelo lineal al circular, no como una meta rígida, sino como un horizonte por edificar.